l minifundio nos ha alimentado 10.000 años y garantizará el futuro»
Coordinador de «Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas». El responsable de la revista divulgativa de este movimiento está de gira presentando su libro «Lo que hay que tragar», sobre los controvertidos procesos agroindustriales actuales y su repercusión social.
A. T. VALENCIA El concepto de «soberanía alimentaria» parece referirse, a simple vista, en la autosuficiencia de los productores agrícolas. ¿Es ésa la misión de este movimiento?
Con un foco muy cercano, efectivamente, la soberanía alimentaria consiste en fincas agrícolas con diversidad de cultivos integrando algo de ganadería, generado de esa forma alimentos para la familia, la población cercana y con los excedentes conseguir ingresos económicos. Pero si agrandamos el zoom, la misma propuesta, a nivel de pueblos, regiones y estados, es revolucionaria y radicalmente diferente a la agricultura global, que, en este marco de libre comercio, arruina y empobrece a millones de campesinas y campesinos... que conforman las tres cuartas partes de la pobreza en el mundo.
¿Qué ventajas, alimentarias y sociales, considera que tienen los productos generados a partir de la soberanía alimentaria?
Socialmente tienen sabor a justicia porque aseguran futuro a miles de personas. Asimismo, alimentariamente aseguran sociedades sanas, bien nutridas y sin desequilibrios, además de garantizar modelos apropiados para no aturdir más a este planeta malherido.
¿Cuáles son, a su juicio, los principales factores que impiden que, en la actualidad, la soberanía alimentaria no pueda ser una realidad para muchas personas?
Una escasez terrible, dramática e inexplicable de... acción política. Nuestros gobernantes se han especializado en hacer nada. Con esa carestía, con esas deficiencias, en un mercado global sin control, el capital y sus empresas, se permiten todo tipo de caprichos: invertir en alimentos mientras muchos seres humanos pasan hambre, dedicar las mejores tierras a cultivar comida para coches, pescar atunes protegidos por tropas militares, etcétera.
¿Cree que sería posible el desarrollo de un sistema agrario «soberano» en este momento en Europa?
Científicamente hablando, sí. Tenemos tierras suficientes para alimentar a toda la población, acceso al mar, buenos climas, y conocimientos (aunque cada vez menos) apropiados. Pero políticamente hablando, hemos externalizado el origen de nuestra alimentación: lentejas de Estados Unidos de primero, carne alimentada de soja sudafricana de segundo y, de postre, fruta del tiempo.... que haga en Sudáfrica o en Chile. Por último, humanamente hablando, no tenemos otra opción. O sí o sí. ¿Ó cómo nos alimentaremos cuando escasee el petróleo?
Su libro «Lo que hay que tragar» desmenuza un sinfín de procesos destinados a la producción agrícola, ganadera o piscícola intensiva, que no repercuten en las poblaciones locales. ¿Por qué cree que se ha llegado a esta situación?
La agricultura ha sido el primer ensayo –desde hace muchos años– del capitalismo: el ser humano se ha considerado amo y señor de los recursos naturales, sin pedir permiso al futuro. El capital ha ido fagocitando microempresas hasta convertirse en multinacionales del tamaño de un ogro. Los mercados se han desregulado... A partir de la ruina del campo en Europa, del aprovechamiento de las tierras recién descubiertas y de la esclavitud de algunos continentes, la revolución industrial hizo posible otros ecosistemas para que el capital pudiera reproducirse. La crisis del capitalismo actual nació cuando se cercaron los primeros huertos comunales.
¿Piensa que habría alguna forma de invertir esta tendencia o, al menos, algún paso para lograrlo?
Ésas son las propuestas de la Soberanía Alimentaria; con directrices claras para dar el primer, el segundo y los pasos adecuados en favor de reorganizar el sistema alimentario en base a derechos, no entendido como mercadería.
La creciente necesidad alimentaria de los países desarrollados choca aparentemente con el declive de las actividades agrarias en ellos; pongamos el ejemplo de España, donde las zonas rurales sufren un grave proceso de despoblación. ¿Cómo valora esta paradoja?
Efectivamente, es un despropósito. La Unión Europea decidió, allá por los 70, desmantelar sus políticas agrarias y renunciar al sector primario. En estos momentos somos como una pirámide invertida, pues nuestra población activa agraria es menos que poca. Si estudiáramos las leyes de la gravedad, veríamos que no podemos mantener ese equilibrio mucho más tiempo. Otras potencias industriales ya están comprando tierras fértiles fuera de sus fronteras. No confían en la deslocalización de la producción de alimentos y retoman vicios imperialistas. Pienso.
¿Piensa que podrían tomarse a corto plazo medidas que, desde las administraciones locales, autonómicas o estatales, favorecieran la supervivencia de los pequeños agricultores?
Le apunto una sencilla e inmediata: que pongan coto a la expansión y multiplicación de grandes superficies y, abracadabra, los y las pequeñas agricultores podrán vender a precios remunerativos sus cosechas.
¿Ve alguna cabida posible al minifundio agrario o ganadero en la sociedad actual?
El minifundio alimentó al mundo unos 10.000 años, uno más uno menos, y será también quien nos garantice el futuro. La sociedad actual debe recampesinizarse y eso pasa por destruir dos tipos de monocultivos: los agrarios y los del pensamiento único.
Con un foco muy cercano, efectivamente, la soberanía alimentaria consiste en fincas agrícolas con diversidad de cultivos integrando algo de ganadería, generado de esa forma alimentos para la familia, la población cercana y con los excedentes conseguir ingresos económicos. Pero si agrandamos el zoom, la misma propuesta, a nivel de pueblos, regiones y estados, es revolucionaria y radicalmente diferente a la agricultura global, que, en este marco de libre comercio, arruina y empobrece a millones de campesinas y campesinos... que conforman las tres cuartas partes de la pobreza en el mundo.
¿Qué ventajas, alimentarias y sociales, considera que tienen los productos generados a partir de la soberanía alimentaria?
Socialmente tienen sabor a justicia porque aseguran futuro a miles de personas. Asimismo, alimentariamente aseguran sociedades sanas, bien nutridas y sin desequilibrios, además de garantizar modelos apropiados para no aturdir más a este planeta malherido.
¿Cuáles son, a su juicio, los principales factores que impiden que, en la actualidad, la soberanía alimentaria no pueda ser una realidad para muchas personas?
Una escasez terrible, dramática e inexplicable de... acción política. Nuestros gobernantes se han especializado en hacer nada. Con esa carestía, con esas deficiencias, en un mercado global sin control, el capital y sus empresas, se permiten todo tipo de caprichos: invertir en alimentos mientras muchos seres humanos pasan hambre, dedicar las mejores tierras a cultivar comida para coches, pescar atunes protegidos por tropas militares, etcétera.
¿Cree que sería posible el desarrollo de un sistema agrario «soberano» en este momento en Europa?
Científicamente hablando, sí. Tenemos tierras suficientes para alimentar a toda la población, acceso al mar, buenos climas, y conocimientos (aunque cada vez menos) apropiados. Pero políticamente hablando, hemos externalizado el origen de nuestra alimentación: lentejas de Estados Unidos de primero, carne alimentada de soja sudafricana de segundo y, de postre, fruta del tiempo.... que haga en Sudáfrica o en Chile. Por último, humanamente hablando, no tenemos otra opción. O sí o sí. ¿Ó cómo nos alimentaremos cuando escasee el petróleo?
Su libro «Lo que hay que tragar» desmenuza un sinfín de procesos destinados a la producción agrícola, ganadera o piscícola intensiva, que no repercuten en las poblaciones locales. ¿Por qué cree que se ha llegado a esta situación?
La agricultura ha sido el primer ensayo –desde hace muchos años– del capitalismo: el ser humano se ha considerado amo y señor de los recursos naturales, sin pedir permiso al futuro. El capital ha ido fagocitando microempresas hasta convertirse en multinacionales del tamaño de un ogro. Los mercados se han desregulado... A partir de la ruina del campo en Europa, del aprovechamiento de las tierras recién descubiertas y de la esclavitud de algunos continentes, la revolución industrial hizo posible otros ecosistemas para que el capital pudiera reproducirse. La crisis del capitalismo actual nació cuando se cercaron los primeros huertos comunales.
¿Piensa que habría alguna forma de invertir esta tendencia o, al menos, algún paso para lograrlo?
Ésas son las propuestas de la Soberanía Alimentaria; con directrices claras para dar el primer, el segundo y los pasos adecuados en favor de reorganizar el sistema alimentario en base a derechos, no entendido como mercadería.
La creciente necesidad alimentaria de los países desarrollados choca aparentemente con el declive de las actividades agrarias en ellos; pongamos el ejemplo de España, donde las zonas rurales sufren un grave proceso de despoblación. ¿Cómo valora esta paradoja?
Efectivamente, es un despropósito. La Unión Europea decidió, allá por los 70, desmantelar sus políticas agrarias y renunciar al sector primario. En estos momentos somos como una pirámide invertida, pues nuestra población activa agraria es menos que poca. Si estudiáramos las leyes de la gravedad, veríamos que no podemos mantener ese equilibrio mucho más tiempo. Otras potencias industriales ya están comprando tierras fértiles fuera de sus fronteras. No confían en la deslocalización de la producción de alimentos y retoman vicios imperialistas. Pienso.
¿Piensa que podrían tomarse a corto plazo medidas que, desde las administraciones locales, autonómicas o estatales, favorecieran la supervivencia de los pequeños agricultores?
Le apunto una sencilla e inmediata: que pongan coto a la expansión y multiplicación de grandes superficies y, abracadabra, los y las pequeñas agricultores podrán vender a precios remunerativos sus cosechas.
¿Ve alguna cabida posible al minifundio agrario o ganadero en la sociedad actual?
El minifundio alimentó al mundo unos 10.000 años, uno más uno menos, y será también quien nos garantice el futuro. La sociedad actual debe recampesinizarse y eso pasa por destruir dos tipos de monocultivos: los agrarios y los del pensamiento único.